El 1° de Mayo de 1866, en Chicago, durante el Congreso Obrero reunido en Baltimore, Estados Unidos, una manifestación de obreros que reclamaba una justa medida para los trabajadores era la jornada de ocho horas. El hacer valer la máxima: “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”, fue reprimida con gran violencia por la policía. Los siete obreros que habían hablado durante el acto fueron detenidos, sin pruebas de su responsabilidad en los hechos, los obreros Fischer, Engel, Parsons, Spies y Lingg son condenados a muerte y ahorcados.
En homenaje a ellos, el Congreso Internacional reunido en París en 1889, declaró el 1° de Mayo Día del Trabajo. Desde entonces son los “Mártires de Chicago”. En ese congreso se resolvió que los obreros de todo el mundo paralizasen las tareas todos los primeros de Mayo en homenaje a los mártires de Chicago, y por la conquista de una legislación protectora.
La gran pregunta que me hago por estos días, es si esos mártires no fallecieron en vano, pues su sacrificio se ha visto licuado una y otra vez por quienes dicen representar los intereses de los trabajadores y en realidad representan a “sus” intereses, convirtiéndose en un grupo de élite, parasitario de la masa laboral, obteniendo jugosas riquezas a expensas de los demás, viviendo en lujosas mansiones a las que sus “protegidos” jamás podrán aspirar, operando en las sombras empresas prebendarias del Estado y así incrementando su capital geométricamente año tras año...
Estos son los que dicen defender a los que en las mañanas de invierno se levantan para que el PBI de cada país no decaiga. Y sin embargo, ellos, lo que no desean que decaiga son sus cuentas bancarias. Lamentablemente la sangre de los mártires de Chicago, sigue licuándose como una hemofilia sin solución de continuidad...
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